Es verdad: ¡Regresé a San Marcos!

Disculpen, pero algo tengo que agradecerle al vapuleado Congreso, esto es, la ley que eliminó el límite de edad para la docencia en las universidades nacionales, y autorizó el retorno de los cesados (por la edad) a las aulas. Con una advertencia razonable: probar que se está en buen estado de salud.

Cientos de viejitos cesados a partir del 2017 nos precipitamos a presentarnos para el retorno con la ayuda y consejo del Sindicato de Docentes de San Marcos (SINDUSM) y su muy eficaz y persistente profesora Carolina Trujillo que casi a diario nos informó del burocrático y laberíntico avance de las gestiones para volver.

No sé cuántos pasamos con éxito el examen Geriátrico y el Psiquiátrico, pero asumo que en mi caso sin problemas pues de otro modo no estaría narrando esta experiencia.

Finalmente, y para no hacerla larga, el Rectorado aprobó el retorno de muchos de los ancianos. Así, en un histórico día, fui a la Escuela de Comunicación Social de la Facultad de Letras para formalizar mi regreso, junto con los colegas Magdalena García, Ricardo Falla, Gustavo Pacheco.

Fuimos recibidos con cortesía por la directora Jacqueline Oyarce y el director de departamento Denis Vargas Marín, sus secretarias Roxana y Carmen… y la mirada curiosa de alumnos y profes que pasaban por el corredor, aguaitaban y seguían quizá preguntándose sobre el destino de estos ancianos que pretendían recuperar sus cursos.

Nuestra idea era volver al aula, al método “presencial” pero no era posible y a los cuatro nos asignaron cursos virtuales, “asincrónicos” en la jerga informática. No dudamos en aceptar la modalidad.

Ahí comenzó la siguiente batalla: aprender el Google Meet, el Classroom, familiarizarse con SUM (Sistema Único de Matrícula), y un largo etc. Es decir, para poder enseñar teníamos que aprender. Y en eso estamos. Ya llegamos al Parcial, tropezando con Temas, Tareas, Tablón, Calificaciones, Personas, Asignados…pero confiando en el aliento y consejo de profesores experimentados como el experto José Ventocilla, siempre atento a nuestras llamadas al teléfono a cualquier hora, en cualquier día.

Volver al campus sanmarquino, recobrar amistades que creía perdidas, comprobar que muchos me recordaban y aseguran que se alegran de mi retorno, es una indescriptible satisfacción. Más todavía cuando se abre la pantalla y me saludan mis alumnos del curso Historia de la Comunicación divididos en dos secciones porque eran muchos.

¿Cuánto me durará esta que será una extraordinaria experiencia? Creo que no más de un año. El próximo mes cumpliré 89 junios. Un exceso, ¿no creen?

¿Retorno? No tanto, no tanto…

Un centenar de veteranos esgrimimos con alegría y clásica combatividad sanmarquina, la Resolución Rectoral que consagra el retorno de docentes cesados por límite de edad, un grato obsequio del Congreso que nos gobierna.

Es larga de leer, pero dice en síntesis que, pasado examen médico (“verificación de salud física y mental…”) podemos volver a las aulas. “¡Allá vamos!” exclamamos muchos que ya fuimos al examen y el médico nos declaró Aptos.

Pero leyendo más abajo nuestra alegría se desvanece cuando se agrega: “…el Despacho Rectoral autoriza emitir una Resolución Rectoral incorporando a los 91 docentes que no cuentan con plaza disponible, con cargo a la evaluación de la Junta Médica, al Consejo Universitario y al Presupuesto que debe asignar el Ministerio de Economía y Finanzas”.

O sea, lo siento profesor, su viejo curso ya ha sido asignado, usted no tiene plaza, no hay presupuesto para pagarle, esperemos con paciencia que el MEF afloje la bolsa… y entonces le avisaremos…

Pero algunos hay regresaron porque fueron cesados el año pasado cuando acababan de cumplir 75 años, y la universidad no tuvo tiempo de llamar a concursos para reemplazarlos. En consecuencia, sus plazas, sus cursos, estaban libres, sin docentes… así que amparados en la nueva ley pidieron retorno y ahí están, de regreso. La mayoría son médicos.

Los más veteranos, base 8, estamos divididos en cuanto al futuro. Unos decimos que a estas alturas sacarle el dinero al MEF está más difícil que el Congreso se vaya; otros, en cambio, creemos que el gobierno soltará la plata y los esperanzados volveremos.

Cuando esperábamos largamente en la Clínica de la universidad a que nos llamara el médico, hicimos una breve encuesta con una sola pregunta: -“Profe, ¿por qué quiere regresar?” La mayoría coincidió en que eran pensionistas de la ONP y sus ingresos no llegaban a los mil soles mensuales. Solo unos pocos dijeron dijo que no había mejor arma para afrontar la vejez que enfrentarse nuevamente a grupos de jóvenes que podrían beber de sus experiencias y sabidurías.

Esperaremos entonces, pero por lo menos tenemos motivos válidos para ir a la universidad y decirle al portero que nos pide carné que no tenemos: “-Oiga, soy profesor cesado que hace sus trámites de regreso. Con permiso y déjeme pasar que ya viene el Burro para ir al Recursos Humanos”.

Y si no sabe lo qué es el Burro no merece estar en esa puerta.

Mari0, Patricia, Londres…1967

«El escritor gustando la comida que su esposa prepara en una típica cocina obrera londinense»

“LONDRES (AP). – Mario Vargas Llosa vive en la parte alta del distrito obrero de Cricklewood, en el noroeste de Londres. El aire pesado, gris, tiznado por el humo, revela la proximidad de las fábricas.

Evidentemente no es el lugar que uno espera encontrar a un joven y esforzado escritor peruano cuyas obras han sido traducidas a 18 idiomas”.

¿Cuántas entrevistas habrá concedido Vargas Llosa en su extensa y exitosa carrera literaria? Cientos con seguridad, o quizá más de mil. Y más ahora que a sus numerosos galardones suma el honor de ser un “Inmortal” de la academia francesa sin haber escrito nunca un libro en francés.

Y esta entrevista que recordamos ahora… ¿en qué se diferenciaría de las muchas otras? Debe ser una de las mejores porque fue realizada por el famoso periodista británico Leonard Kirschen, personaje que hizo noticia porque fue acusado de espía y condenado a 25 años de cárcel en Rumanía, su país natal.

Eran los tiempos de la Guerra Fría. Recién finalizada la guerra mundial la famosa agencia Associated Press (AP) eligió como corresponsales a periodistas que manejaran idiomas poco populares y envió a Kirschen a Rumanía porque allá había pasado su infancia antes de que su familia emigrara a Inglaterra. Hizo lo mismo con William Oatis para Checoslovaquia y Endre Marten para Hungría.

El macartismo, la persecución de presuntos comunistas y cacería de presuntos espías desatada en los Estados Unidos, se replicó en la Unión Soviética y en los países bajo su control. Y así, en el año 1950 los citados tres periodistas de Associated Press fueron acusados de espionaje en sus respectivas corresponsalías y condenados a prisión.

Pasados diez años el gobierno rumano declaró una amnistía política y liberó a Kirschen, quien al regresar a Londres publicó en 1963 “Prisionero de la Justicia Roja”, libro testimonial que tuvo gran repercusión. La AP decidió entonces que el periodista quedara en la sede londinense y se ocupara solo de cuestiones culturales. Así llegó al escritor peruano que sin duda era un enigma para los británicos pero que ya lucía, repetimos, una novela premiada y traducida a 18 idiomas: “La ciudad y los perros”.

El periodista, observador perspicaz, describió con detalles la casa de Vargas:

“…Libros, diarios, anotadores y otros papeles están sobre las mesas. En medio de ellas está una máquina de escribir portátil. Y un montón de manuscritos, divididos en capítulos. Conté casi una docena.”

“Hasta aquí he llegado con mi última novela, dijo Vargas Llosa sentado frente a la máquina de escribir y señalando los papeles (…) Es una novela que se refiere a la vida en el Perú durante la dictadura del general Manuel Odría y el tiempo se sitúa entre 1948 y 1956…”.

La visita del periodista fue extensa y agradable pues tanto el escritor como su esposa Patricia le contaron detalles de su romance, cotidianeidad, estudios, rutina de trabajo, su estricta disciplina económica, los turnos para cuidar al primogénito Alvaro de apenas ocho meses.

“Vargas Llosa se describe a sí mismo como socialista. Tal vez durante su permanencia en Francia y, como muchos otros de su generación, no escapó a la influencia temporaria de Jean Paul Sartre. Esto debe haberlo moldeado en un socialista con tonos existencialistas -en sí una contradicción de términos. Pero es una prueba de su continuada búsqueda, exploraciones y preguntas.

‘Estoy preparado para aceptar muchas de las enseñanzas del marxismo, pero no puedo, bajo ningún concepto, aceptar la intervención marxista en el mundo de las artes y las letras; deben ser totalmente libres’, dijo”.

El periodista se despide revisando en la pequeña mesa la última traducción de su gran novela: “Se titula ‘The Time of the Hero” y fue publicada en Nueva York hace cuatro meses por Grove Press (1966) traducida al inglés por Lysander Kemp, la misma novela en alemán ‘Die Stadt und die Hunde’…”.

Kirschen enumera los numerosos viajes de Vargas Llosa y termina:

“Un día podría ir más allá y también escribir sobre otros países y otras gentes. Será algún día.

Y al dejar esta pequeña casa en una colina de Londres, uno cree que no solo ha conocido a un narrador de cuentos sino a un constructor de puentes. Tal vez, algún día, Vargas Llosa ayudará a construir puentes para unir dos continentes remotos y permitir a dos civilizaciones encontrar un camino que los lleve más cerca”.

(La entrevista fue publicada en Lima, en la revista SUCESO, el domingo 7 de Mayo de 1967, págs 3 y 4).

¿Retorno a San Marcos??

¿Retorno a San Marcos?????

Mas de un centenar de profesores sanmarquinos, despedidos del empleo por límite de edad, intentamos regresar a las aulas.

Es verdad, todos somos mayorcitos (casi digo ancianos…) pero entusiasmados con la novedad titulada “Ley 31542 que modifica el artículo de la ley 30220, ley universitaria, para eliminar el límite de edad máxima para el ejercicio de la docencia universitaria”.

Se podrá imaginar la alegría de cientos, o quizá miles de profesores cesados por la ley que establecía 75 años como límite para enseñar. Es de imaginar también que todas las universidades públicas fueron abrumadas por las solicitudes de los que fueron, o fuimos, cancelados, cesados, despedidos, que exigían cumplimiento de la ley.

En el caso de la Universidad de San Marcos el Rectorado cesó a decenas a mediados de agosto del 2017 (yo incluido).

Hubo una ceremonia de cese y despedida en el bello patio de los moyes, enfrente del rectorado, discursos breves, y entrega de distinciones en papel impreso (algún profesor preguntó: “¿nada más, ni siquiera un vale de Libun…o de Wong?”). Fue un día inolvidable, de abrazos y recuerdos, de no pocos pucheros. Y no regresamos más.

Pero ahora aquellos cesados exigimos que se cumpla la ley, y las universidades alegan falta de presupuesto y, sobre todo, que se cumpla un detalle importante del dispositivo que al final dice: “Desígnase al Consejo Universitario para que evalúe la continuidad del docente condicionada a la verificación del estado de salud física y mental a cargo de una junta médica”.

¿Quién, dónde, cómo…? dijimos los comunicadores cesados. Y aquí tropezamos con la clásica falta de claridad sanmarquina. Primero se decidió que debía ser el Ministerio de Salud quien expidiera los certificados de salud, pero el sistema es tan engorroso además de dudoso que inmediatamente los dirigentes sindicales de los cesados lograron que la universidad acordara cambio del método: “La universidad debe realizar los exámenes correspondientes”.

Y entonces nos convocaron para exámenes psiquiátricos y geriátricos en la bien instalada clínica universitaria, en pleno campus.

En eso estamos. Pero resulta que ya hay profesores que han retornado a tareas académicas, no menos de 50, provocando (por decir lo menos) la extrañeza del grupo restante, de los que están esperando Resolución de retorno porque han sido declarados Aptos por el geriatra y la psiquiatra. No sabemos nada de la “Junta Médica”, nadie nos informa aunque tenemos como ayuda invalorable a la profesora Carolina Trujillo que con tesón y compromiso nos informa de cómo van las cosas.

Mañana: Geriatra, Psiquiatra…

«Chompi», inolvidable

“Chompi”, inolvidable

Todos le decíamos Chompi, no sabemos por qué. No le importaba el seudónimo a Rosa María Saco de Cueto, antigua directora del ya legendario Centro de Teleducación (Cetuc) de la Pontificia Universidad Católica, y reía con ganas cuando le preguntábamos si tenía algo que ver con alguna chompa.

Chompi nos ha dejado hace algunos días luego de una larga enfermedad y no podemos dejar de recordarla porque su travesía vital, recortada prematuramente, nos deja lecciones personales y académicas que vale la pena destacar pues fue la propulsora de la entonces llamada Educación a Distancia, en la década de los años 80.

En la Pucp la recuerdan muchos, incluso antiguos condiscípulos de la Plaza Francia donde estudiaba Educación participando en aquella especie de pandilla de chicas y chicos alegres, estudiosos, jaraneros pero formales que conocían el centro de Lima de cuadra en cuadra.

Chompi sobresalía por su inteligencia superior, reconocida desde el colegio, el Sophianum, donde también estaban sus hermanas Carmen, Alicia y Cecilia, y al terminar con brillantez sus estudios en la Pucp marchó a Francia, becada, para ampliar sus conocimientos. Allá, en París, conoció al ingeniero Antonio Cueto, también limeño, que se especializaba en petróleo. Fue amor a primera vista; pronto se casaron y allá nació el primogénito, Antonio, “Toñito” para todos.

De retorno al Perú trabajó en el Ministerio de Educación y luego se dedicó por completo a la enseñanza. Toño padre se unió a la empresa francesa que construía la refinería La Pampilla, en Ventanilla. Fueron años felices. Nacieron Alfredo, Diego, Pablo, que heredaron el apego al estudio y el trabajo de ambos, pero sobre todo el talante materno, alegre, siempre risueño. Así era Chompi.

Por su experiencia y conocimientos fue nombrada directora del Centro de Teleducación en 1985, participando primero como profesora en la inauguración del flamante edificio construido en el campus de Pando donado por la Fundación Adenauer y la agencia episcopal alemana Misereor. El local sería años más tarde, 1998, la sede de la flamante Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación que reemplazó al Cetuc.

En estos tiempos en que la educación se vale de herramientas tecnológicas para enseñar y estudiar con técnicas aprovechadas en tiempos de la pandemia, es necesario recordar y resaltar los trabajos académicos de Rosa María, Chompi, Saco de Cueto.

En 1988 el Centro de Investigaciones y Servicios Educativos (CISE), de la Pucp, planteó realizar el primer curso de educación a distancia para maestros de Educación Inicial, experiencia que fue relatada por Chompi con el título “Hacia la interculturalidad en formación docente a través de la educación a distancia” (revista “Educación”. Vol.3. 1994). Era obvio que la mejor manera de ampliar la experiencia era concordar esfuerzos con el Centro de Teleducación, y así pasó nuestra amiga a la dirección de esta importante organización que primero por radio y luego por video llevó la educación a maestros de provincias.

Cuánto lamentamos sus amigos, discípulos, colegas, el apartamiento de Chompi de la docencia, como también su desaparición. Pero el recuerdo de su alegría, amistad, generosidad de Chompi no se perderá nunca.  

GENEROS PERIODISTICOS: ¡40 años!

Es verdad: hace exactamente 40 años que CIESPAL editó en Quito mi texto “Géneros Periodísticos” que pese a su edad, tiene todavía vigencia, según compruebo por las citas que brindan Google Académico y Academia.edu.

Una breve historia: en 1980 fui invitado por el Centro de Estudios Superiores de Periodismo para América Latina (CIESPAL) para dictar un taller de actualización de Géneros Periodísticos para profesionales ecuatorianos.

La entidad, recordemos, fue creada por la Unesco como un esfuerzo para fomentar el estudio del periodismo y la comunicación en varias regiones del mundo y a nosotros nos tocó que la sede recayera en Quito.

Construyeron un gran edificio, convocaron a muchos profesores y fundaron la editorial “Intiyan” que en poco tiempo publicó textos que se hicieron indispensables.

Fruto importante del esfuerzo académico, que apoyaban generosamente los alemanes de la Fundación Ebert, fue la creación de las Facultades de Comunicación en varios países. En Lima tomó la delantera la Universidad de Lima.

No resultaron fáciles los colegas ecuatorianos que pronto marcaron diferencias entre ellos: los que venían de la costa, de Guayaquil, y los andinos, de Quito. La mayoría bastante mayores, reporteros experimentados, que me recibieron con cortesía pero con desconfianza sobre mi conocimiento del oficio, aunque yo iba bien recomendado por mi amigo boliviano el gran Luis Ramiro Beltrán.

Pedí pizarrón, máquinas de escribir para todos, diarios, y logré contagiar mi entusiasmo animador a los colegas que pronto se interesaron en la sistematización que les proponía. Luego de una semana me felicitaron, quedaron contentos… y el director Luis Eladio Proaño me invitó para el año siguiente.

(Una digresión en esta historia. No puedo dejar de recordar al representante de la Fundación Ebert, Peter Schenkel. Alto, fuerte, sociable,con una biografía de novela. En el frente ruso en la Segunda Guerra había perdido los dedos de los pies por congelamiento; la rendición lo sorprendió en un hospital. Luego se unió a un grupo de paisanos, jóvenes, que partieron a los Estados Unidos, a California, para trabajar con ánimo migratorio. “Me partí la espalda recogiendo naranjas, manzanas” me contaba. Después fue a Cuba entusiasmado con la revolución, trabajando cercanamente a Fidel Castro pero más al Ché Guevara. Partió después a Chile, donde publicó un importante libro sobre el problema de la concentración de propiedad de diarios en América Latina, pocos meses antes del golpe militar.

Finalmente logró empleo en la Fundación Ebert, social demócrata y se instaló en Quito con su esposa cubana.

Me contaron años después que ya retirado se dedicó al tema de los extraterrestres y publicó textos sobre “encuentros cercanos”. Todavía reposa en Amazon la imagen de  su último libro: “Contact: Are We Ready for it” pero ya no hay ejemplares).

El texto de mi libro lo venía componiendo desde que asumí un curso de redacción en la entonces escuela de periodismo “Jaime Bausate y Meza” así que no tuve problemas con  los algo presumidos colegas que alegaban que asistían por orden de sus directores.

Finalmente Schenkel me propuso hacer una sistematización de mis apuntes para editarlos como libro. Y fue así como a mediados de 1982 llevé mis originales que fueron inmediatamente publicados.

Me pagaron muy bien, en efectivo y en dólares. Es el libro con que más he ganado y no solo en plata sino en cierta popularidad entre el alumnado de la especialidad. Todavía regresé un año más a Quito pero luego suspendieron los talleres para profesionales, cambiaron directivos y dije adiós a los ecuatorianos.

CIESPAL todavía venden mi texto aunque en sucesivas versiones facsimilares. En La Habana hicieron una bonita edición que muchos colegas cubanos recuerdan. En México circularon dos francamente piratas. Y en Lima, en complicidad con Winston Orrillo, hicimos una versión que titulamos “Nuevo Manual de Periodismo” para sacarle la vuelta a los ecuatorianos. Fue una edición muy popular en San Marcos.

Una anécdota final: Unos años después el Colegio de Periodistas del Perú anunció la publicación de un libro sobre géneros periodísticos. Pueden imaginar el gran interés que tuve por conocerlo y encargué a un familiar que fuera a comprarlo.

Menuda sorpresa: era una síntesis de mi libro. Pusieron mi nombre en la contracarátula. Nunca me avisaron, ni siquiera me agradecieron, pero no me importó porque después de todo algo hice para un mejor periodismo.

Varios colegas me reclaman una actualización del texto que lo titule “Nuevos Géneros Periodísticos” que incluya las nuevas formas de informar vía Internet. Me estoy animando.

«MITO Y VERDAD de los diarios de Lima» (Dos)

La vieja fachada de Expreso y Extra. Imagen del día de la primera toma. Octubre de 1968.

“¿Dónde puedo conseguir su libro… ese de Mito, de las historias de los periódicos?” me han preguntado más de una vez algunos jóvenes tesistas. Y me pregunto a la vez adónde habrán ido a parar aquellos cinco mil ejemplares que el entusiasta Mariátegui pensó que harían un buen negocio, hace ya medio siglo. Estarán en estantes de colegas, en bibliotecas, en remates de libros y usados, quizá en alguna librería de viejo en los jirones Amazonas, o Quilca.  Yo solo tengo dos, aunque parezca mentira.

Cuando se publicó “Mito” en 1972 ya habían sucedido cosas importantes para el periodismo y los periodistas porque los generales de la “Revolución de la Fuerza Armada” que lideraba el general Velasco Alvarado desde 1968 no tenían paciencia ni correa para soportar el alud de críticas que los Miró Quesada, Ulloa, Banchero lanzaban cada vez que se promulgaba una reforma. Y tenían además un proyecto para el destino de los medios masivos, aunque esto no se reveló hasta 1972 cuando publicaron su proyecto de reforma de la educación.

Expreso había sido el más agresivo ganándose la primera clausura el 31 de aquel octubre; y más tarde, persistiendo en la crítica y la burla (Sofocleto motejó de “King Kong” a Velasco), fue finalmente expropiado y entregado en marzo de 1970 a sus trabajadores organizados en un “Frente Único”, es decir, periodistas, gráficos y administrativos que apoyaban con entusiasmo las reformas. Y se comenzó a organizar la cooperativa “Prensa y Pueblo” como futura propietaria de la empresa.

¿Dónde estaba Gargurevich en medio de tal enredo? se preguntará algún lector. Yo estaba a cargo del otrora vespertino Extra que había pasado a la mañana por razones técnicas. Nos iba bien, vendíamos un promedio de 120 mil con clara política editorial: nada de política, énfasis en farándula, interés humano, seguimiento de crímenes y juicios, etc.

Pero cuando los periodistas se dividieron y yo protesté por alguna actitud de la Federación de Periodistas, los dueños de la empresa sospecharon que estaba alineado con los agresivos sindicalistas del Frente Único… ¡y me despidieron! Me cerraron la puerta en las narices ante mi absoluta sorpresa. Ni siquiera me dejaron entrar a sacar mis bártulos. Era enero de 1970.

Recién entonces supe que hacía ya tiempo que los líderes sindicales tramaban la toma de la empresa con los militares y hasta con el propio general Velasco. Yo no estaba enterado de nada y fue el inolvidable y generoso Efraín Ruiz Caro quien me puso al tanto y procuró conseguirme empleo en algún ministerio (historia anecdótica que ya les contaré otro día)

Volví cuando el gobierno expropió la empresa el 3 de marzo de 1970 y los nuevos directivos, los trabajadores, me repusieron en el cargo. Todos los detalles de dicha experiencia están relatados en “Mito”, que ojalá vean, lean, en alguna biblioteca.

Pasé luego a Expreso y a fines de 1971 renuncié y comencé a escribir el libro porque, como ya se ha dicho muchas veces, era una historia que merecía ser contada.

¿Y los periodistas? Siempre hemos estado divididos. Y en aquel entonces la separación se hizo más profunda que nunca. Me temo que hasta ahora.

Mañana: ¿Y qué dice el libro?

“MITO Y VERDAD de los diarios de Lima”: 50 años (I)

Carátula de Alejandro Romualdo

-¿Cinco mil? ¿Cinco mil ejemplares?

No pude disimular mi asombro cuando José Carlos Mariátegui, (el hijo, claro), nos lanzó la cifra. Me acompañaban Reynaldo Naranjo y Alejandro Romualdo, entonces amigos entrañables, que me habían llevado a la imprenta “Labor” para ultimar detalles de la edición de mi primer libro “Mito y verdad de los diarios de Lima”. Era mayo de 1972.

El poeta Romualdo era quien había propuesto la edición, recomendándola con entusiasmo al difícil y desconfiado José Carlos. “Este libro es dinamita” le había dicho, “se venderá bien… aprovecha la oportunidad”.

Mariátegui era moreno, hiperactivo, siempre vigilando a sus tipógrafos, rezongando con la voz bronca y fuerte que heredaron los hijos del Amauta, recriminando a los obreros cuando los sorprendía en breve descanso. Todos temblaban cuando se enfurecía y golpeaba la mesa, lo que sucedía con frecuencia. Pocas veces he conocido un hombre tan intenso, la verdad. Su imprenta enorme, con máquinas modernas que imprimían posologías y cajitas para medicinas; un negocio próspero que lo había hecho millonario.

Había militado brevemente en el Partido Comunista pero allí no había espacio para un irreverente de ese calibre que objetaba sacrosantas decisiones partidarias y duró poco en el combate político. Era mejor dedicarse a la imprenta, tal como ya lo hacían sus hermanos Sandro con “Minerva”(útiles escolares) y Sigfrido con “Amauta” (etiquetas de cerveza Cristal). El cuarto hermano, Javier, estudió para psiquiatra.

No había perdido José Carlos interés en la política pese a su decisión de sumergirse en el mundo de la tinta y el papel y mejor todavía si avizoraba un negocio. Y cuando recién había instalado su imprenta tuvo un golpe de suerte con el discutible libro del reciente derrocado líder argentino Juan Domingo Perón, “La fuerza es el derecho de las bestias” que resultó un sorprendente éxito; vendió miles en el Perú porque Perón era un personaje popular. El libro era malo, un fiasco, pero eso lo descubrieron tarde los varios miles de lectores que compraron la edición popular que imprimió y vendió José Carlos.

En 1972, año en que le llevamos el texto de “Mito”, José Carlos recordaba su éxito editorial que lo había llenado de dinero; y quizá pensó que con mi libro sería posible obtener algo parecido.

Y es que estábamos entonces en la cima de la Revolución de la Fuerza Armada liderada por el general Velasco Alvarado. Las reformas sacudían a la sociedad peruana que asumía con renuencia el novedoso proyecto militar que barría con la vieja y poderosa oligarquía agraria. Y muchos aseguraban que la siguiente reforma sería tomar los medios de comunicación y en especial la prensa, los grandes diarios conservadores que acusaban al gobierno de enrumbar hacia el comunismo batallando sin cesar contra las nuevas disposiciones.

Ahí entraba mi libro. Y en la Introducción expliqué razones:

“Introducción

“No somos partidarios de admitir que el tema de los medios de comunicación de masas ha sido descuidado en el Perú: creemos que ha sido sistemáticamente evadido. Porque no es posible aceptar la simple disculpa de “a nadie se le ocurrió…”. Poderosas razones pueden haber existido, pero eso es ya otro tema.

Pese a que se puede descubrir algunos pequeños estudios (tesis, conclusiones de sociólogos, etc.) que deben ser considerados “subterráneos” por lo escaso de su circulación, lo cierto es que la cuestión nunca ha sido lanzada al gran público.

Este ensayo pretende llenar en parte aquel vacío. No es un estudio del “universo” de los medios de comunicación del país pues lo extenso de la especialidad exigiría un volumen para cada Medio. Esta vez solo trataremos de los diarios, sus periodistas y su periodismo.

La metodología es simple: se ha utilizado la fecha del golpe militar -3 de octubre de 1968- como pivote para contemplar el periodismo de Antes y luego examinar el de Después. Y también porque es objetivo que el periodismo ha tenido transformaciones a partir de la instalación del régimen actual.

El problema del periodismo, o mejor, de los diarios, es un tema controvertido, candente. Día a día, las páginas de los matutinos especialmente están repletas de novedades sobre el singular caso de Expreso, de la Comunidad Industrial de La Prensa, de los sindicalistas de El Comercio, etc. Por primera vez en su historia los diarios mismos son noticia. Tal arrolladora serie de sucesos rebasa la capacidad de objetividad de cualquier observador-periodista e impide a la vez presentar un libro que contenga “lo último”. Por esta razón este ensayo se detiene en 1971. El resto ya dilucidado por el tiempo será seguramente escrito por otros periodistas.

Agregaremos finalmente que, en general, el propósito de este libro es de divulgación: mostrar hechos a los que no saben y refrescar la memoria de los que supieron… y ya no saben.

Lima, mayo de 1972

Mañana: Periodistas y periódicos

Para papelones… ¿la Marina?

Para papelones nuestra Marina, sin duda. La historia es simple: al sentenciado y encarcelado en la prisión más segura del país, a cargo de la Marina, le permitían el uso libre sin problemas de varios teléfonos. Así fue como Vladimiro Montesinos armó otra conjura que, aunque tenía visos de chifladura, fue recogida por los medios, denunciada y escandalizada. Pero el golpe más duro fue para la Marina, que pasó por la vergüenza de admitir a medias su clamoroso error.

El famoso caricaturista Carlos “Carlín” Tovar del diario La República recogió la historia el 1ro. de julio en una graciosa y oportuna viñeta en la que, como vemos, muestra a Montesinos instalado con toda frescura en la oficina de un alto miembro de Marina, ambos, oficial y delincuente, sonrientes, contentos… Pero al lado del oficial Carlín había colocado el estandarte de la institución. ¿De la institución? Sí, de la institución, de la Marina.

No tardó la institución en protestar.

La República del 3 de julio La República publicó cumplidamente una carta del Director de Información de la Marina en la que, cortésmente, protestaba por “la representación de la Marina de Guerra del Perú, afectando la imagen institucional”. Y al final decía: “Agradeceré a usted rectificar, en un plazo prudencial, dicho gráfico por el mismo medio”.

 Los colegas recordarán que hemos sido testigos de casos parecidos en los que se hizo la “rectificación” y los presuntos afectados terminaron haciendo el ridículo. Quizá algunos recuerden el caso de la hoy fujimorista Patricia Juárez, en El Comercio. También recordamos un caso en Ecuador cuando un caricaturista de oposición protestó con una viñeta en la que se veía a los soldados saqueando agresivamente su casa “en busca de pruebas”. El Ejército exigió rectificación y entonces el artista publicó otra en que se autorretrataba acogiendo a los soldados y pidiéndolos “por favor, tengan la bondad, llévense todo, muchas gracias, disculpen lo poco que hay.”. Por supuesto todos rieron… menos los militares.

Eso ha pasado con don Carlín. Rectificó al día subsiguiente retiró la insignia institucional pero la reemplazó con una justificada “K” porque la Marina al consentir los teléfonos a Montesinos estaba de alguna manera avalando sus maniobras profujimoristas. Y la bandera que se merecía aquel oficial era la “K”.

Alvarez Rodrich apaleó sin compasión a la Marina: “El que hoy proliferen políticos golpistas… o unos marinos fachos que no disimulan su entusiasmo por un putsch, no justifica que la gloriosa marina de guerra del Perú se manche con embates antidemocráticos, pidiendo la insólita rectificación de una caricatura”.