Periodistas (II): Villarán

Rara foto de Raul Villarán publicada en «La República» el 1ro. de octubre de 1989, con ocasión de la celebración del Día del Periodista.

¿Saben de algún periodista que haya redactado editoriales como éste?

“Saldremos a la calle, destrozados, con los nervios al hombro y la ropa sucia de tinta y limaduras, con ganas de arrojarnos a descansar en cualquier parte, maldiciendo. Pero vemos una nube de ‘Ultima Hora’ en las manos de muchos transeúntes y alguien dice, al pasar, a nuestro lado:

-Está firme el periódico.

Y entonces nos olvidamos de nuestros anhelos de conseguir un empleo lógico y cómodo o de nuestro intenso sueño de comprar una granja para criar gallinas y pensamos, fervorosa y decididamente:

Así es el periodismo. Así somos nosotros».

Solo Raul Villarán, quien fundó o editó una decena de periódicos antes de morir destruido por la diabetes a los escasos 49 años, en 1977. 

-Así es el periodismo. Así somos nosotros”.

Egocéntrico, neurótico sin remedio, Villarán encontró en el periodismo el escenario ideal para desarrollar sus talentos de organizador y exhibicionista. Hubiera podido ser cantante, compositor de boleros, futbolista estrella, bailarín de tango, torero suicida pero no tenía el talento necesario y además era demasiado gordo. Con más de 100 kilos  no se luce bien en ningún escenario… salvo en la redacción.

Detestaba la política y difícilmente se encontrará declaraciones o puntos de vista ideològicos en sus textos, pero debía convivir con los avatares políticos. Alguna que otra vez dijo que era anticomunista, lo que se evidenciaba en sus líneas editoriales pero lo único que lo obsesionaba era la mejor foto, la mejor noticia, el mejor titular que provocaran la frase “Bravo don Raúl… usted es el más grande… el mejor”.

Con eso le bastaba.

Ya a los veinte años había desarrollado un estilo personal copiado de películas de Hollywood. Amaba a Broderick Crawford y Orson Welles, gordos como él, y fue en el cine que aprendió a fumar calando el cigarrillo, enjugándose la frente, moviéndose como un gangster,  pateando puertas y tirando teléfonos. 

Era todo un actor del periodismo. Confieso que me impresionó cuando lo conocí, en octubre de 1961, a los pocos días de la fundación del diario Expreso.

Por supuesto había oído mucho hablar de él y hasta lo vi en alguna ocasión de lejos en La Crónica, agitado, gordísimo, llevando ejemplares de la minirevista Jueves, que estaba editando. Para entonces ya circulaban muchas de sus anécdotas o historias.

Buscaba empleo cuando obtuve una cita con Encinas, el director, quien me envió al instante con Villarán, en el segundo piso, luego de contarle sobre mi experiencia..

-Buenas… ¿el señor Villarán? –dije, luego de tocar la puerta entreabierta de la oficina del Jefe de Redacción.

Pude verlo. Corpulento, coloradote, de terno y camisa arrugadísimos, corbata zafada, sudando copiosamente, gritó:

-¡Pase! ¡¿Dónde está mi Coca Cola?!

Sorprendidos ambos, nos quedamos callados hasta que atiné a decirle que yo era el periodista del que seguramente Encinas ya le había hablado, etc.

Y entonces asistí a su primera actuación:

-Mire, estoy volando de fiebre –y me mostró un par de frascos de pastillas, secándose el sudor con un sucio pañuelo. -Tengo que cerrar la edición… no tengo tiempo de escucharlo… ¿usted es periodista? ¿sí? vaya a la Mesa y demuéstrelo… estoy deshecho, hace tres días que no duermo. Venga a trabajar desde esta noche y le advierto… no se tome nunca mi Coca Cola…

Al día siguiente apenas me vio llegar me recibió con una foto en la mano:

-¡Un título para esto, rápido!

Era la imagen de un niño llorando, tapándose la cara con las manos, sentado en un ladrillo ante los escombros de su casa arrasada por un tornado, en los Estados Unidos. A su lado un perrito lo miraba, como intentando consolarlo.

Mis propuestas no le gustaron y luego de probar con todos los que llegaban aceptó al fin la que hizo Jorge Donayre, “Un buen amigo para llorar”. Feliz, mandó foto, título y leyenda al taller indicando que era para la primera página. Y se marchó. Todo lo demás era irrelevante, dijo, porque esa imagen conmovería a sus lectores más que cualquier noticia.