Periodista se calatea

“¿Qué haría usted si se encontrara un hombre desnudo en la calle? ¿Lo vestiría o lo denunciaría?”.

Así comenzó el relato de su divertida experiencia el reportero Francisco Castillo L. de la ya fenecida revista “Zeta” en marzo de 1981. Es probable que presionado por su director para que regresara a la redacción con una crónica digna de ser publicada, decidió que él mismo sería el actor de dicha historia. ¿Cómo? Desvistiéndose y saliendo semidesnudo a las calles principales de Lima, contando mentiras, recogiendo reacciones y opiniones, seguido discretamente por un reportero gráfico que perennizaría la aventura.

“Zeta” era un quincenario que pretendía ser audaz para su tiempo. Los militares la hubieran clausurado en el acto pero la democracia renovada de los ochentas abrió puertas a la libertad de prensa y “Zeta” encontró solitario el espacio para el erotismo y la irreverencia, además de fotos. Lástima que fuera tan insulsa y grosera. Por ejemplo, en la edición donde encontramos la historia del periodista calato había extensos artículos: “Sadismo, sangre y leche para el placer”, “Antipasto Gagá desde el 5 ½” con varias páginas de fotos de autos entrando a los ya desaparecidos “nidos de amor” pasajeros, “Travestis manejan mafia en París”, “Burdeles en La Victoria. Con los días contados”, “Arzobispo maricón hace misa”, “Un polvo en la vía pública”, etc. y abundancia de desnudos.

Provocando tumulto en el centro

El colega Castillo se desvistió en el auto de la revista y en calzoncillos y calcetines inició su aventura en la avenida Javier Prado.

Su primer abordaje fue en la puerta del otrora cine Orrantia a una guapa joven que le preguntó si lo habían asaltado. “No señorita… es que… yo estaba en una casa con una amiga, una señora… y resulta que llegó el marido ¿comprende? No tuve tiempo de coger nada… toda mi ropa se quedó ahí y tuve que salir por la puerta falsa ¿ve?”

La joven le contestó con energía. “¡Bien hecho, por vivo!” y se fue. En otro intento, una señora preguntó “Ajá, ¿y qué vecina era?

Luego tocó puertas y hasta le ofrecieron un café. Siguió entonces a Petit Thouars donde un ropavejero le regaló una camisa sucia luego de escuchar con paciencia una historia de asalto. Volvió a Javier Prado pero un grupo de jóvenes agresivos comenzó a insultarlo: “Maricón…báñate…cochino… cojudo… calzonudo…”.

Después Miraflores, la avenida Larco, donde solo atrajo sonrisas y curiosidad sin lograr que nadie lo escuchara. Cruzó entonces hacia el legendario Café Haití donde un joven le regaló cinco soles. Los turistas ni lo miraban siquiera.

Ya cansado, pidió que lo dejaran en la Plaza San Martín, en la puerta del cine Colón y comenzó a contar la historia del asalto pero aquí llamaba ya mucho la atención. Y cuando llegó a una tienda de camisas baratas la empleada lo amenazó con un palo convencida que estaba haciendo frente a un loco: “¡Si no sale lo agarro a palazos!”

«Señorita, ayúdeme, tuve que escapar de marido celoso»

Finalmente, un hombre pidió a los numerosos curiosos que hicieran una colecta para ayudarlo: “Desaparecieron como por encanto” dice el reportero que rechazó agradecido un billete del samaritano. Termina su crónica diciendo: “No se molesten amigos, son ustedes muy amables, pero ahí llega un amigo con su auto y me llevará. Gracias. Hasta pronto”. (Zeta. Lima, marzo de 1981. Nro. 20. Ediciones ZETA. Pp.3-13).

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