¿Qué y a quién defiende la SIP?

La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), institución continental que agrupa a los dueños de periódicos, acaba de emitir una vez más sus preocupaciones por los límites que algunos gobiernos ponen, o pretenden poner, a la libertad de expresión. Lo viene haciendo desde hace muchos años con balances anuales en que –como quien toma la presión o mide la fiebre- decide si en un país hay poca, mediana o mucha libertad de prensa… de acuerdo a su propia y legítima definición de lo que es libertad de prensa.
Alguna vez habrá que hacer un balance ponderado, desapasionado, para establecer a quién beneficia la gran organización.
La historia le resulta poco favorable. Nació en tiempos de la Segunda Guerra por la necesidad de unir fuerzas propagandísticas contra la amenaza nazi; y se reorganizó para la siguiente confrontación, la Guerra Fría, Washington vs. Moscú, Capitalismo vs. Comunismo.
No se olvidará, por ejemplo, que para controlarla, los Estados Unidos forzaron en 1949 el cambio de “un país un voto” a “un diario un voto”; y como ellos poseían –hasta hoy- el mayor número de títulos pasaron a controlarla con la ayuda de socios sudamericanos que compartían afanes macartistas. Fue una etapa negra de la SIP pues ayudó en la persecución de las izquierdas latinoamericanas, justificándola, y muchas veces denunciando incluso a gremios que nada tenían que ver con la vieja URSS. (Recordemos al respecto a “La Prensa” de Pedro Beltrán y su socio Eudocio Ravines de “Vanguardia”, ambos socios de la SIP).
En la ola nacionalista de los años setenta los socios SIP abrieron fuego contra los que planificaban políticas de comunicación y, por supuesto, fueron aliados en la demolición del famoso reclamo del “Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación”, al iniciar los años 80.
Una primera comprobación que resultaría del balance que proponemos es que los periodistas no tienen nada que hacer, ni decir, en esas magnas reuniones. Nunca son invitados aunque es verdad también que todavía acogen a un puñado de raros solitarios editores periodistas pero que son cada vez menos en la lista de socios en que dominan propietarios importantes.
Lo que confunde a veces es que no se sopesa la diferencia entre protestas y campañas. Las primeras menudean y efectivamente ayudan a los periodistas porque amplifica sus reclamos. Las segundas, en cambio, son las cruzadas organizadas para evitar contagios, como en los viejos buenos tiempos. En la zona audiovisual es la “Asociación Interamericana de Radio” (AIR) la que tiene el encargo de la denuncia y sus procedimientos son idénticos, es decir, los periodistas están excluidos.
Y todo esto ¿está bien o está mal? Me apropiaré de una frase de Vargas Llosa: ni bueno ni malo, simplemente es así.

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