Los periodistas de la Guerra con Chile (IV)

Infantería peruana en Tarapacá

Infantería peruana en Tarapacá, la gran batalla que ganaron y que Benito Neto describió con amplios detalles


Benito Neto, el apasionado uruguayo

El periodista Benito Neto era uruguayo y cuando llegó a Lima en 1870 ya tenía buena experiencia como cronista político porque había trabajado en “La Tribuna” de Montevideo y “La Nación Argentina” de Buenos Aires.
Hasta tenía experiencia militar porque había servido como oficial en la Guerra de la Triple Alianza en 1865.
En Lima conoció a Nicolás de Piérola, adhirió a sus ideas y fue por tanto ardoroso anticivilista acompañando al líder demócrata en sus aventuras.
Y cuando se declaró la guerra no dudó en sentar plaza de corresponsal de guerra en el diario “La Patria” marchando al sur apenas iniciadas las acciones bélicas.
Escribió muchos largos y apasionados despachos y le concedieron grado de oficial, asumiendo la responsabilidad del manejo de la información del gobierno sobre la guerra. Cuando cayó Lima siguió a Piérola a la sierra y escribió en “La Causa Nacional” y “La Patria” editados en Ayacucho.
Murió en Lima en 1884 siendo solamente reconocido en su sepelio que encabezaron Piérola y el general Buendía, con el que hizo la campaña del sur.
Entre sus muchos relatos elegimos un fragmento de su crónica del Combate de Iquique, aquel en que el “Huáscar” hundió al “Esmeralda” y los peruanos perdimos al “Independencia”.
Presenciaba las maniobras de los barcos desde el puerto cuando decidió, junto con un grupo de oficiales, saltar a una lancha y avanzar hacia la zona en que se enfrentaban los barcos combatientes. Un acto de audacia propio de Neto. Aquí el texto:

“Relación del Combate de Iquique enviada a «La Patria de Lima», por su corresponsal don Benito Neto, Testigo presencial en la bahía
Iquique, mayo 23 de 1879
(…)
Media hora después, estábamos en plena mar y en pleno combate, conquistando el derecho de poder decir: «hemos visto de cerca los hechos».
Confieso ingenuamente que una vez que me vi metido de bobilisbobilis en la safaboca, empecé como a sentir remordimiento, la lucha arreciaba de minuto en minuto; pero ¡qué diantres! ya era tarde para regresar a tierra. Con que así, no hubo mas que marchar adelante.
Próximos nos encontrábamos al Huáscar, y viendo la mejor manera de escapar el bulto a los fuegos de los nuestros y de la Esmeralda, cuando aquel se lanzó rápido sobre ésta, que le recibió presentándole la proa después de haber descargado todos sus cañones de babor.
El espolonazo fue recio pero no causó gran efecto.
La Esmeralda maniobró con dirección a la población, con el intento marcado de evitar que el Huáscar, ante el peligro de dañar a aquella, le hiciera fuego.
Pero no contaba con la huéspeda de los cañonazos certeros que descargó sobre ella nuestra artillería de tierra.
El buque chileno contestó con bombas y andanadas de metralla. Pero esto en vez de amilanar, avivó el entusiasmo de los soldados de las baterías, viéndose aquel en la necesidad de alejarse de la playa y afrontarse de nuevo con el monitor.
Después de cambiar algunos tiros, lanzóse otra vez impetuoso sobre el enemigo; la Esmeralda pretendió evitar el golpe del espolón, pero no anduvo tan feliz como en la primera, sin embargo, no fue grande el daño.
Trabóse entonces un terrible y encarnizado combate a boca de jarro de ametralladoras y fusilería, una densa nube de humo envolvía a los dos buques.
¡Qué momento de ansiedad y de angustia infinita para los que contemplábamos aquello!
De pronto de la torre del monitor salen dos fogonazos, al mismo tiempo que de la proa de la Esmeralda se levantan por los aires multitud de objetos que a primera vista parecen trozos de madera.
Inmediatamente de hacer estos dos disparos, sin retardo ni de un minuto, precipítase el Huáscar sobre el centro del costado de estribor del buque enemigo, cuyo caso cruje, su arboladura tiembla y bambolea…¡buques, cañones y tripulantes se hunden en el abismo!
Eran las doce y diez minutos pm. Lo último que desaparece en las aguas es el pabellón chileno. No se oye el más leve grito ni clamor alguno de socorro. Todo permanece mudo, tétrico, pavoroso; ni siquiera resuenan los vítores con que en los campos de batalla se saluda el triunfo, a todos nos tiene anonadados el horror de aquella tremenda escena.”

Mañana: Reyes, Molina… y los chilenos

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